viernes, 10 de mayo de 2013

EL REPORTAJE

QUE ES UN REPORTAJE

El reportaje (concepto de humanidades que tiene su origen en el vocablo italiano reportagio)1 es un género periodístico que consiste en la narración de sucesos o noticias de cualquier tipo, los cuales tienen que ser actuales. Para lograrlo, privilegia el testimonio directo y cercano a los hechos que se desean tratar (fuentes primarias)
El reportaje sirve a la comunidad de países y ciudades, para informar sobre sucesos o hechos actuales, y sobre temáticas que se encuentran en la agenda mediática. Gracias a los reportajes y a los medios de comunicación que los difunden, se informa más y mejor a la población objetivo.



Estos textos han dado origen a códigos muy bien estructurados; se utilizan en escuelas e incluso ya hay manuales de ese sistema de expresión: expertos. Logran enriquecer lenguas, dice el escritor José Agustín. (En el diario La Jornada). 


Sucedió durante las Navidades de 2001, justo poco después del estreno cinematográfico de Harry Potter y la piedra filosofal. Me encontraba en una pequeña librería, de esas en las que el trato con el comprador suele conciliar la cortesía con la profesionalidad. Al tratarse de una época festiva y en la que un regalo cobra un signi-ficado muy especial, la tienda se hallaba repleta de clientes, desta-cando en un rincón un ruidoso grupo de mocosos... (Publicado en la revista electrónica La Butaca).
  
 




La situación de la mujer en la ciencia
QUE INVESTIGUEN ELLAS





Los estudios de nivel europeo detectan barreras sistemáticas y estereotipos discriminatorios de la mujer en el ámbito de la ciencia y la investigación, en el académico y en la industria. Su representación ha sido tan escasa que, por ejemplo, en Medicina y Ciencias Exactas sólo once veces en la historia las mujeres han obtenido el Premio Nobel frente a 435 varones. Aunque lentamente, las cosas están empezando a cambiar; las sociedades empiezan a ser conscientes de que el desarrollo de los países depende de la investigación y que la participación femenina en este objetivo es fundamental. Ha llegado el momento de que también investiguen ellas. 
 

PARTICIPACIÓN IGUALITARIA


La Asamblea Europea de las Ciencias y Tecnologías se crea en 1994 con una representación de cien varones y cuatro mujeres en su primera convocatoria. A su segunda asamblea concurrieron 61 miembros, de los que sólo cinco eran mujeres. Hoy las proporciones tienden a la estabilización, con una presencia femenina en los comités de la UE de entre el 30 y el 40 por ciento.
Las políticas científicas en el mundo que apoyan la participación igualitaria de hombres y mujeres no son muy diferentes unas de otras. Las mujeres investigadoras estadounidenses fueron las primeras en organizarse en 1971, creando la asociación AWIS (Association for Women in Science); diez años más tarde consiguen que el Congreso de EE.UU apruebe un decreto para promover la igualdad de oportunidades en el ámbito científico. En los años ochenta Europa imita las iniciativas norteamericanas creando la red británica de Mujeres en la Ciencia y en la Ingeniería, una sensibilización que culminaría con el informe ETAN (European Technology Assessment Netwok), que deja claro que en la UE las mujeres están insuficientemente representadas en el profesorado y la investigación. A las mismas conclusiones llegó el denominado “Grupo de Helsinki” –por ser allí donde inició sus trabajos– que examinó la situación de la mujer en la ciencia en 30 países, extrayendo como conclusión que su participación no es igualitaria con la del hombre, sobre todo, en el número de catedráticas.
Elaborado en el año 2000 por la Comisión sobre Políticas Científicas de UE, el informe ETAN describe la manera en que la investigación europea tiene en cuenta a la mujer. El documento confronta estadísticas, testimonios y prácticas, y propone medidas concretas para hacer realidad la igualdad entre sexos en este campo. Una de las redactoras del informe, Carmen Vela, señala cómo la Comisión venía desde hacía tiempo evaluando la escasa presencia femenina en la ciencia. “Primero se elabora un informe de las mujeres en el sector público, convocando a ponentes de diferentes nacionalidades de manera aleatoria para conformar un comité, del que forman parte ministras de Investigación, académicas y personalidades de notable relevancia científica.”
Los trabajos estuvieron orientados a recabar datos hasta ese momento escasos para refrendar la situación con cifras concretas, “lo que nos permitió observar -indica Vela- que aunque la discriminación no es tan burda como antes, sino ciertamente sutil, las cifras seguían siendo muy negativas para las mujeres. No queríamos caer en la tentación de ser un grupo radical, sino ir por un camino reivindicativo aportando datos a la hora de plantear nuestras propuestas, que para eso somos científicas”. El estudio consistió en recabar información para poder elaborar conclusiones, y fue difícil, ya que apenas existían cifras. Los ejemplos son elocuentes: en Ciencias de la Vida el 75 por ciento de las estudiantes son mujeres, pero tan sólo el 10 por ciento de ellas son catedráticas, un dato que es común a Europa. “Conforme se realizaba esta valoración –explica Carmen Vela– surgían múltiples razones para la ausencia de mujeres en el ámbito científico e investigador: la discriminación, los roles sociales, la propia situación de la mujer, su entorno… Observamos que el paso del tiempo solo no ayudaba y, aunque la mayoría de las ponentes éramos en un principio contrarias a que se fomentara la discriminación positiva como un sistema de cuotas, no nos quedó más remedio que aceptar que a la verdad hay que ayudarla con mecanismos y es inevitable que existan cuotas que aseguren la presencia de la mujer”.


L
a mayoría de las personas que finalizan estudios universitarios en España son mujeres –alrededor de un 60 por ciento–, que además obtienen las mejores calificaciones. Lo cierto es que las notas más altas en pruebas escritas las consiguen ellas, no sólo en carreras de ciencias, sino en oposiciones a judicaturas y fiscales. Los datos no pueden ser más concluyentes: en las últimas pruebas de Selectividad del pasado mes de junio, las chicas obtuvieron el 86,58 por ciento de aprobados frente al 85,1 por ciento de los varones. Pero más allá de los exámenes, las pruebas y los expedientes académicos, la realidad es que la participación de las mujeres en actividades investigadoras y docentes dista mucho de ser igualitaria con la de los hombres, un fenómeno que se acrecienta a medida que se avanza en la escala profesional.
Los estudios de nivel europeo detectan barreras sistemáticas y estereotipos discriminatorios. Los informes del llamado “Grupo de Helsinki”, ETAN y WIR, dibujan un panorama preocupante para la mujer en la ciencia y la investigación, así como en el ámbito académico e industrial. Dichos estudios sacan a la luz datos de 15 países de la UE y de otros tantos de su entorno, y reflejan que hay tres áreas diferenciadas: los países nórdicos, donde la mujer participa en un alto grado; los centroeuropeos, en los que existe un considerable retraso –algo curioso en países tan desarrollados–; y los mediterráneos, que se posicionan en un escalón intermedio.

Expedientes brillantes
“Después de los brillantes expedientes académicos y la capacidad de trabajo hay que seguir demostrando la valía más continuamente que los hombres”, señala Flora de Pablo, presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). “Es sin duda un reflejo de la sociedad en que vivimos porque los estereotipos machistas prevalecen a lo largo del tiempo”, añade esta investigadora, quien recuerda que en España no es hasta 1910 cuando accede la primera mujer a estudios universitarios con plenos derechos, pudiendo ser profesoras y ejercer algunas profesiones al igual que los hombres.
Como ha sucedido en gran parte del mundo, en España la incorporación de la mujer a las actividades de investigación y desarrollo de proyectos de ciencia, tecnología y otras materias afines ha sido tardía. Si nos remontamos en el tiempo, a mediados del siglo XVIII se contabilizaban escasamente 13 maestras de escuela y dos de música en un área tan destacada como la docencia. Cifras más contundentes: en 1900 sólo había dos abogadas, 24 médicas y 13 farmacéuticas. De los 116 títulos universitarios profesionales existentes en nuestro país en 1910 únicamente ocho licenciaturas estaban en manos de mujeres. La situación de la mujer era más marginal que testimonial y su integración en igualdad de condiciones una mera utopía.
Las cosas comienzan a variar en la década de los setenta, aunque no es hasta diez años más tarde cuando las mujeres logran alcanzar el 30 por ciento de la matriculación universitaria. Hace apenas 30 años sólo había un insignificante dos por ciento de mujeres matriculadas en cualquiera de las carreras superiores de Ingeniería, mientras que hoy las cifras tienden a normalizarse en un tímido 27,7 por ciento. Aun así, en especialidades como Telecomunicaciones e Informática de la Universidad Politécnica de Madrid, por ejemplo, no hay ninguna mujer catedrática, hecho que se repite en todas las provincias que imparten estos estudios, a pesar de que España figura, por detrás de Francia, como el segundo país con más mujeres especializadas en nuevas tecnologías.


 
  

PARTICIPACIÓN IGUALITARIA


La Asamblea Europea de las Ciencias y Tecnologías se crea en 1994 con una representación de cien varones y cuatro mujeres en su primera convocatoria. A su segunda asamblea concurrieron 61 miembros, de los que sólo cinco eran mujeres. Hoy las proporciones tienden a la estabilización, con una presencia femenina en los comités de la UE de entre el 30 y el 40 por ciento.
Las políticas científicas en el mundo que apoyan la participación igualitaria de hombres y mujeres no son muy diferentes unas de otras. Las mujeres investigadoras estadounidenses fueron las primeras en organizarse en 1971, creando la asociación AWIS (Association for Women in Science); diez años más tarde consiguen que el Congreso de EE.UU apruebe un decreto para promover la igualdad de oportunidades en el ámbito científico. En los años ochenta Europa imita las iniciativas norteamericanas creando la red británica de Mujeres en la Ciencia y en la Ingeniería, una sensibilización que culminaría con el informe ETAN (European Technology Assessment Netwok), que deja claro que en la UE las mujeres están insuficientemente representadas en el profesorado y la investigación. A las mismas conclusiones llegó el denominado “Grupo de Helsinki” –por ser allí donde inició sus trabajos– que examinó la situación de la mujer en la ciencia en 30 países, extrayendo como conclusión que su participación no es igualitaria con la del hombre, sobre todo, en el número de catedráticas.
Elaborado en el año 2000 por la Comisión sobre Políticas Científicas de UE, el informe ETAN describe la manera en que la investigación europea tiene en cuenta a la mujer. El documento confronta estadísticas, testimonios y prácticas, y propone medidas concretas para hacer realidad la igualdad entre sexos en este campo. Una de las redactoras del informe, Carmen Vela, señala cómo la Comisión venía desde hacía tiempo evaluando la escasa presencia femenina en la ciencia. “Primero se elabora un informe de las mujeres en el sector público, convocando a ponentes de diferentes nacionalidades de manera aleatoria para conformar un comité, del que forman parte ministras de Investigación, académicas y personalidades de notable relevancia científica.”
Los trabajos estuvieron orientados a recabar datos hasta ese momento escasos para refrendar la situación con cifras concretas, “lo que nos permitió observar -indica Vela- que aunque la discriminación no es tan burda como antes, sino ciertamente sutil, las cifras seguían siendo muy negativas para las mujeres. No queríamos caer en la tentación de ser un grupo radical, sino ir por un camino reivindicativo aportando datos a la hora de plantear nuestras propuestas, que para eso somos científicas”. El estudio consistió en recabar información para poder elaborar conclusiones, y fue difícil, ya que apenas existían cifras. Los ejemplos son elocuentes: en Ciencias de la Vida el 75 por ciento de las estudiantes son mujeres, pero tan sólo el 10 por ciento de ellas son catedráticas, un dato que es común a Europa. “Conforme se realizaba esta valoración –explica Carmen Vela– surgían múltiples razones para la ausencia de mujeres en el ámbito científico e investigador: la discriminación, los roles sociales, la propia situación de la mujer, su entorno… Observamos que el paso del tiempo solo no ayudaba y, aunque la mayoría de las ponentes éramos en un principio contrarias a que se fomentara la discriminación positiva como un sistema de cuotas, no nos quedó más remedio que aceptar que a la verdad hay que ayudarla con mecanismos y es inevitable que existan cuotas que aseguren la presencia de la mujer”.


L
a mayoría de las personas que finalizan estudios universitarios en España son mujeres –alrededor de un 60 por ciento–, que además obtienen las mejores calificaciones. Lo cierto es que las notas más altas en pruebas escritas las consiguen ellas, no sólo en carreras de ciencias, sino en oposiciones a judicaturas y fiscales. Los datos no pueden ser más concluyentes: en las últimas pruebas de Selectividad del pasado mes de junio, las chicas obtuvieron el 86,58 por ciento de aprobados frente al 85,1 por ciento de los varones. Pero más allá de los exámenes, las pruebas y los expedientes académicos, la realidad es que la participación de las mujeres en actividades investigadoras y docentes dista mucho de ser igualitaria con la de los hombres, un fenómeno que se acrecienta a medida que se avanza en la escala profesional.
Los estudios de nivel europeo detectan barreras sistemáticas y estereotipos discriminatorios. Los informes del llamado “Grupo de Helsinki”, ETAN y WIR, dibujan un panorama preocupante para la mujer en la ciencia y la investigación, así como en el ámbito académico e industrial. Dichos estudios sacan a la luz datos de 15 países de la UE y de otros tantos de su entorno, y reflejan que hay tres áreas diferenciadas: los países nórdicos, donde la mujer participa en un alto grado; los centroeuropeos, en los que existe un considerable retraso –algo curioso en países tan desarrollados–; y los mediterráneos, que se posicionan en un escalón intermedio.

Expedientes brillantes
“Después de los brillantes expedientes académicos y la capacidad de trabajo hay que seguir demostrando la valía más continuamente que los hombres”, señala Flora de Pablo, presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). “Es sin duda un reflejo de la sociedad en que vivimos porque los estereotipos machistas prevalecen a lo largo del tiempo”, añade esta investigadora, quien recuerda que en España no es hasta 1910 cuando accede la primera mujer a estudios universitarios con plenos derechos, pudiendo ser profesoras y ejercer algunas profesiones al igual que los hombres.
Como ha sucedido en gran parte del mundo, en España la incorporación de la mujer a las actividades de investigación y desarrollo de proyectos de ciencia, tecnología y otras materias afines ha sido tardía. Si nos remontamos en el tiempo, a mediados del siglo XVIII se contabilizaban escasamente 13 maestras de escuela y dos de música en un área tan destacada como la docencia. Cifras más contundentes: en 1900 sólo había dos abogadas, 24 médicas y 13 farmacéuticas. De los 116 títulos universitarios profesionales existentes en nuestro país en 1910 únicamente ocho licenciaturas estaban en manos de mujeres. La situación de la mujer era más marginal que testimonial y su integración en igualdad de condiciones una mera utopía.
Las cosas comienzan a variar en la década de los setenta, aunque no es hasta diez años más tarde cuando las mujeres logran alcanzar el 30 por ciento de la matriculación universitaria. Hace apenas 30 años sólo había un insignificante dos por ciento de mujeres matriculadas en cualquiera de las carreras superiores de Ingeniería, mientras que hoy las cifras tienden a normalizarse en un tímido 27,7 por ciento. Aun así, en especialidades como Telecomunicaciones e Informática de la Universidad Politécnica de Madrid, por ejemplo, no hay ninguna mujer catedrática, hecho que se repite en todas las provincias que imparten estos estudios, a pesar de que España figura, por detrás de Francia, como el segundo país con más mujeres especializadas en nuevas tecnologías.